Mi orgullo personal!

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jueves, 12 de marzo de 2009

Aquella fatídica inundación del 85

Esa mañana de otoño, 29 de mayo de 1985; no presagiaba nada raro en lo que al clima se refería. Yo había salido a trabajar muy temprano y por la tarde, al volver, concurriría a mi querido club a estudiar. Me esperaba el curso para acceder a la licencia de radioaficionado.
Cuando llegué al LU4DQ, Radio Club Quilmes; la cosa se había tornado muy fea. Una impresionante tormenta eléctrica se abalanzaba sobre la zona sur de Bs. As. Todo lo que llegaba a ver desde el club era, nubes negras y relámpagos. No existía en el cielo un ápice de posibilidad de que una estrella pasara en medio de semejante y aterradora tormenta.
Luego de más de una hora de esperar la llegada de mis compañeros; iniciamos el curso. Solo unos pocos se presentaron ese día. Inclusive mi hermano Rubén no se atrevió a venir desde casa y eso que estaba en la vecina ciudad de Berazategui y el ómnibus lo tomaba en la puerta de nuestra vivienda y se bajaba a menos de una cuadra del club.
Terminada la larga despedida, propia de radioaficionados; me encaminé a la parada de ómnibus distante a solo dos cuadras. Una extraña sensación me envolvía. Nunca había pasado por ese singular y llamativo sopor.
Mientras caminaba por la calle desierta y lúgubre, mi cuerpo se comportaba de manera rara. Todo el vello corporal, parecía haber tomado vida y se movía como una pequeña lombriz. Solo atiné a recordar que hacía años experimenté una situación parecida, era cuando estudiaba en el I.S.E.R. (Instituto Superior de Enseñanza de Radiodifución) y visitaba las plantas transmisoras de radio en baires. En ellas, la potencia de los equipos (100 Kw.) en algunos casos, nos producía una especie de carga energética que se manifestaba de muchas formas. Nos llenábamos de pelusa, nos saltaban chispitas de las manos cuando asíamos algo, el pelo se nos tornaba caprichoso y se movía por momentos o erizaba en otros.
Los árboles no se movían en ningún momento, no corría viento y nadie, ni los perros noctámbulos estaba en la calle. A cada momento los relámpagos se entrecruzaban en lo alto del cielo y constantemente el rugir de los truenos rompía el letargo citadino.
Yo seguía a paso firme y a cada rato sucumbía bajo la arrolladora presión de la energía generada por los rayos. Los vellos del cuerpo se estiraban y el cabello parecía que era atraído por un gigantezco imán.
Cuando llegó el colectivo de la linea 300, me así del pasamano y un agudo pinchaso me hincó la palma derecha. Era energía electrostática.
El chofer me dijo al cortar el boleto (aún no había tickeadoras) que nochecita papá ¿NO?. Si, está rara la cosa, contesté como única respuesta. Algo me decía que aún no estábamos en lo peor de aquella jornada.
Cuando enfilamos para la zona del bajo en Ezpeleta, cerca del río y por detrás del viejo cementerio, la calle La Guarda; se nos presentó como un reto. Tenía uno que ser muy hombrecito para enfrentar la obscuridad y todas las imágenes que la luz de los rayos trazaban en el azabache cielo del este. Los otros puntos cardinales no estaban mejores.Pero, lo más grave venía del sudeste.
Nos miramos cómplices cuando el último pasajero descendió de la unidad y quedamos solos. Tragamos saliva y arremetimos contra el monstruo. Al rato, nos envolvían tantos rayos que bien podíamos haber filmado alguna escena de la guerra de las galaxias.
Luego de unos minutos llegamos a mi parada y bajé, no sin antes aconsejar al asustado amigo que deje la última vuelta sin realizar, la cosa no estaba para hacerce el machito. Desde las Lomas de Godoy (mi barrio por aquel entonces), podía ver muchos kilómetros a la redonda y a lo lejos, perdidas entre la fulgurante luz de los rayos, ubiqué las chimeneas de la hilandería Ducilo al este; mientras que al sur, la torre de composición y las chimeneas de la Cristalería Rigolleau. No pasaban mas de un minuto y un rayo gigante atacaba los pararrayos de esas estructuras. Todo se iluminaba como abrazado por el fuego de San Andrés, del que sabía por comentarios de un viejo marino que frecuentaba mi casa. El abuelo Domingo.
Con algo de preocupación llegué a casa y encontré a los viejos en la cama leyendo. Mi padre solo dijo que en la tele por los rayos no se podía ver nada. En cambio mi mamá, espetó que se había encargado de desconectar el equipo de BC de su antena, cerrar la ventana del fondo y desenchufar la TV.
Comí algo frugal y me metí en la cama, tenía mucho para leer y me dispuse entonces a hacerlo. Poco rato después, llegó la lluvia.
Leí por espacio de unas tres horas y mientras tanto me percataba que el agua caída era mucha. Pero no tenía vistas de cejar. La lluvia, los rayos, los relámpagos, todo se tornaba un baticinio de que algo malo ocurriría.
Pasado un rato y luego de apagar la luz del velador, Roky, mi perro pekinés; quizo subir a la cama. Cosa rara en él, dado que no era muy común esa solicitud y menos sin nuestra invitación. Lo abracé con mi mano izquierda y a la vez, le cubrí con una parte de la frazada.
Me desperté a eso de las cuatro de la mañana, asombrado de que aún no hubiere parado de llover. Cuando me bajé de la cama, pisé sin darme cuenta a Pirata, el otro integrante canino de la familia, que por alguna razón estaba esa noche también durmiendo junto a mi en la alfombra.
Fui al baño y me asomé por la ventana del patio para ver que onda con el agua. Mucho me llamó la atención que nuestro patio, alto, de cemento, con dos rejillas y una caída muy pronunciada hacia la calle; estuviera repleto de agua. Al menos unos seis centímetros de burbujeante líquido translúcido, vagaba por doquier en ese reducto.
Volví a la cama y me dormí placenteramente. No hay nada mejor que echar un sueño bajo un techo donde la lluvia golpea insistentemente.
A las 06:15 mi viejo se marchó de casa rumbo a su trabajo, yo no le escuché en ningún momento. Pero cuando la radio daba las 07:10 minutos de ese día 30 de mayo, mi madre asustada corrió por la cocina. Que pasa Rubito, la escuché decir a la vez que abría la puerta para que mi hermano menor Ruben ingresara, mojado, al patio cubierto.
Salté de la cama asustado. Él dormía esa noche en la casa de mi abuela Élida, que vivía a solo cuatro cuadras de nosotros. Le miré a la cara y sus ojos estaban salidos de sus órbitas. Nunca le había visto así. Tenía puesta una campera verde loro que era mía y chorreaba agua como un barril. Solo me miró y espetó. La abuela se está inundando. El agua está en el jardín y parece que va a seguir subiendo. Vine a buscar bolsas de arena para hacer unas barricadas.
Mamá (Beba) lo miraba risueña y dijo. Inundarse..., no, imposible. En el 55 que fue la inundación más grande, el agua llegó a la esquina de De Filipo, como va a llegar hasta adentro.
Ruben me agarró del brazo y tirando de el, me dijo ayudame. Me cambié de ropa y salí a la lluvia fría de esa negra y premonitoria mañana.
Juntos, cargamos unas bolsas del viejo tambor, con arena que mi padre tenía para sus cosas y partimos raudamente rumbo a la casa de la abuela. Cuando doblamos la esquina; mi hermano se estremeció y dio un grito. Uhyyyyy, que lo parió. Ya llegó a la carnicería. Estamos perdidos.
Yo miraba con asombro como una masa de agua subía por la calle Paso, hasta solo dos cuadras de mi casa.
Llegamos a la casa de la abuela y ella, pobre, estaba aterrada. Desde la seguridad de su comedor nos gritaba a nosotros que el agua se llevaría todo. Callate abuela, dije sin convencimiento. Que se va a llevar el agua. Nunca entró a la casa, así que no digas tonteras.
Ruben sugirió la estrategia a seguir. Vamos a poner en la puerta las bolsas de arena y cualquier cosa salimos o entramos por el fondo. Pusimos manos a la obra y en pocos minutos la casa de la abuela Élida parecía más una trinchera de la primera guerra que un domicilio del conurbano bonaerense.
Para cuando terminamos de colocar las bolsas, mamá había llegado con un paraguas a ver que sucedía y entre lágrimas no terminaba de asimilar el desastre. Cuando dio la vuelta a la casa para ingresar, con un grito nos alertó a ambos. Chicos, chicos, dijo desesperada. El agua está adentro del comedor.
Cómo mier... dijo mi hermano, si estamos tapando todo los agujeros. Abrimos la ventana y si, allí estaba esa apestosa agua negra entrando por todos lados. Mejor dicho, saliendo por todos lados.
Mamá nos advirtió. es por el sótano, es por el sótano que entra. Corrí a la que era la pieza de ellas y que nosotros usábamos ahora para pasar las noches con la abuela y con unos 20 cn. de agua en el piso me tire de cabeza a la puerta de ese bendito lugar. Cuando estaba ya asegurado a la manija, me preparé para dar el conocido tirón para levantarla. Pero para mi sorpresa, ni bien me así de ella, se elevó sin problemas. Tras de si, un torrente de agua irrumpió en la pieza y tiró por los aires todo el trabajo de taponamiento previo realizado.
El viejo y olvidado sótano; que otrora servía para guardar algunos bártulos y cuando se podía la reserva de ajíes en vinagre o salsa de tomates; ahora nos jugaba una mala pasada. Un ventanuco de ventilación, miraba al sur, era por demás pequeño, del tamaño de una baldosa; pero servía y vastaba para magnificar el desastre. La casa de Pedrín, el vecino; estaba más baja que la de la abuela, por ello, hacía ya muchos minutos que el agua la cubría al menos con un metro de altura. Desde allí, por la ventilación ya aludida nos entraba el agua a lo de la abuela. Nada podíamos hacer para impedir la derrota.
Me incorporé, miré a Ruben con ojos llorosos y dije; estamos fritos. Ruben agarró a mamá con una mano y le dio orden de que se fuera a casa con la abu. Ella se reía en su desazón y nos miraba sin creer. Le gritó otra vez. Tenés que irte y ahora.
Yo, sabiendo lo que eso significaba, estaba por demás dolido y herido. La casa del abuelo, esa que nunca había tenido dramas, ahora estaba bajo las aguas. Allí, donde tantos se sintieron seguros en las anteriores inundaciones; mientras el abuelo Angel luchaba valientemente con los bomberos para salvar lo que se podía de los vecinos; nosotros chapaleábamos al menos 50 cn. de agua.
Solo atiné a indicarle que lleve ropa, los documentos de la abuela y la escritura de la casa. Pensábamos entonces que Las Lomas de Godoy, serían un seguro refugio para ese desastre.
Ruben las acompañó hasta la esquina y yo casi llegando a la mitad de la otra cuadra. Desde allí, por el asfalto, creíamos que podrían irse solas. Solo restaban tres cuadras a casa.
Para cuando regresé a lo de la abuela, Ruben había subido ya muchas cosas a la mesa del comedor. Me esperaba para levantar la heladera. Estábamos en el intento, cuando mi papá ingresó cual tromba. No daba crédito a lo que veía.
Mientras subíamos esto o aquello, nos contó que desde la fábrica se había vuelto por tren, dado que a gatas pasó con el auto, al irse a su trabajo; por el arroyo Gimenez. Cuando venía para acá, me asomé del tren en la zona del arroyo y todas las casa están tapadas hasta el techo. La escuela (Brown Menéndez) tiene agua hasta las ventanas y en la estación (Ezpeleta) todo está inundado con más de un metro. Ruben y yo nos miramos y descorazonados seguimos en lo nuestro.
No terminábamos aún de alzar las cosas, cuando mi hermano dio un respingo y gritó para que lo escucháramos. Ehhhhhhhhh!!! dijo sin detener su frenético caminar entre las cosas que flotaban. Nos olvidamos del tío Raúl. Si nosotros tenemos un metro de agua, ellos están tapados.
Dejé todo lo que tenía apoyado en la mesa de la cocina y salí disparado rumbo a la casa de mis tíos/padrinos. Me separaban dos cuadras. Pero la desesperación; ni me acordé de ellos.
Ya me parecía raro a mi que el tío Raúl no viniera a ver a la vieja, ni que la tía Pochi no apareciera con su histeria y miedo al agua. Claro, dije mientras nadaba rumbo a su casa. Como van a venir si ya se ahogaron.
Cuando al fin llegué a la calle Bouchard, la corriente era tan fuerte que tuve que agarrarme de unos árboles para avanzar. La casa estaba muy mal. El agua alcanzaba los 1. 60 mts. por fuera y dentro, algo menos.
Ingresé por la ventana de la pieza de Nestor, mi primo. La tía pochi desesperada juntaba algo de ropa mientras que el tío levantaba su cama sobre la cómoda. Sobre la mesa de la cocina mi querida abuela Socorro (la mamá del tío Raúl) lloraba y tenía sus humildes pertenencias en la mano.
Traté de calmarlos a todos y de calmarme yo mismo. Estábamos en estado de guerra.
Ayudé al tío a levantar la heladera y la tele a más de dos metros de altura y coloque los colchones sobre el ropero. El agua seguía subiendo. En eso, veo dos sombras familiares que, entre medio de los flotantes sillones del patio; entran al sub mundo de la inundación.
Cuñado!!!, dijo la tía Pochi. Rubito, aportó la abu "Cocoio" desde la mesa. Acagamos pera esta vez!!!!
Mi viejo estaba sacado, no entendía como podía pasar esto. Raúl desde la pieza gritó Chule!!!! (mi papá Rodolfo) vení dame una mano. Al momento volvía mi viejo con una carpeta que entregó a la tía y le dijo. Póngale unas bolsas de nylon. En la otra mano, portaba una carabina y un revólver. A las que envolvió sin mucho cuidado con el hule de la mesa.
Que hacemos nos dijo a mi hermano y a mi mientras nos sacaba al patio. Vamos a casa dije sin miramientos y luego vemos.
Volvimos a entrar y dimos las directivas que sonaron aún más retóricas en la situación incómoda que estábamos. El Chule se metió en la pieza con mi tío y yo encaré a la tía Pochi. Juntate algunos vagallos y nos vamos a casa, llevamos a la abu y luego vemos que hacemos. La abuela Élida está en casa con mamá, así que no hay dramas.
La tía se negaba rotundamente a abandonar lo que quedaba de la casa, pero entonces mi hermano le gritó muy féo. POCHI!!!!!!!!!! no te estamos diciendo que si querés, vas a venir aunque te lleve de los pelos. Me en ten des???????? Agarrá lo que puedas y vamos.
Tan fuerte le había tomado la muñecas Ruben, que la tía solo dijo si, claro hijo.
Dos minutos más tarde, yo llevaba a cocochito a la abu Socorro, Rubén y mi primo Néstor, cargaban las bolsas con ropa y sobre el hombro, las armas del tío. La tía Pochi, solo caminaba como zombie, no decía ni hacía nada más. En tanto, la abuela desde lo alto de mis hombros sollozaba mientras repetía ...hija, perdimos todo, todo, todo perdimos...
Cuando llegamos a casa la escena era surrealista. Mamá y la abuela que estaban tomando una taza de leche caliente, como para acomodar la temperatura corporal. Al ver al malón que llegaba rompieron en llantos. Se abrazaron y besaron dando gracias a Dios de estar vivas.
Mi hermano y yo salimos hacia el galpón y nos pertrechamos de cosas que creímos nos servirían para hacer frente a la realidad que volveríamos a encontrar a solo dos cuadras de casa.
Cargamos unos cascos, varias sogas. Algo de alambre unas tenazas y dos pinzas. Nos mudamos la ropa por una muda seca y salimos nuevamente con nuestros anorak de pesca a ver que podíamos hacer.
Al llegar a la esquina del tío, escuchamos un grito. Sobrino!!! venga para acá. Era Raúl que nos hacía señas desde la casa de un vecino. Su esposa, inválida, no podía salir del acorralamiento de las aguas. Cruzamos la fangoza calle, con el agua en la cintura e ingresamos a la inundada casa. Con esa gente habíamos convivido desde que nacimos, eran los mejores amigos de los tíos.
Con mucho esfuerzo sacamos a la abuela y a los niños por la ventana del living y los llevamos a lo de otro vecino que tenía una casa de alto.
Entonces el tío, nos comunicó las buenas nuevas. Tu papá se fué de la Nelly (una prima vecina a la abuela) para ver que pasaba. Yo me voy de Ferrari a ver como anda y uds. dos, vuelvan a la casa de la Élida y quédense allí.
Nos miramos con Rubén y salimos presurosos. El agua seguía subiendo más y más.
A poco de partir, cambiamos de idea. Él iría a ver a un amigo que vivía más abajo en la zona crítica y yo daría un rodeo por el barrio para ver si necesitaba algún vecino una mano. Así lo hicimos y nos separamos. Para todo esto, recién había pasado poco más de una hora de la irrupción de mi hermano en casa. Y digamos, se podía llevar a ver unos metros gracias a la claridad de la mañana.
Conocedor del barrio, me fui arreglando para avanzar con precaución entre las casas. En cada una de ellas el desastre era latente. Muchos de los vecinos ya se habían ido a un lugar seguro dejando atrás todo. Otros, en cambio, persistían en la lucha sin igual contra el agua.
Pasaba yo por el frente de la casa de Clemente, el pequeño burguéz, cuando desde adentro me llamaron. Al ingresar, alguien dijo. Sos igual que tu abuelo, preocupado por los demás. Gracias.
En ese momento caí en cuenta que me había olvidado de mi otro amor. Los bomberos.
Ayudé a sacar las pocas cosas necesarias para subsistir en la casa de un vecino, que ésta familia podía necesitar y entre el torrente salí de nuevo a la calle.
No acavaba de llegar, cuando algo cruzó frente a mi raudamente. Era el perrito de otro vecino. Lo cogí de la cola y traje a mi lado. Tanteando la vereda y luchando contra el agua, giré hacia la casa de él. Cuando la corriente me empujó y trastabille; me agarré fuerte de la reja. Algo me golpeó y tiró a más de un metro.
Aturdido me quedé un segundo pensando que era lo que me sucedió y con mucho tino dije a voz en cuello. Es la pared, es la pared, no se agarren que está electrificada. El agua cubría casi por completo el pilar de energía de S.E.G.B.A. y por raro que me pareció; el suministro seguía latente en la red.
Aún con los músculos del brazo adormecido por el cimbrón; dejé a mis vecinos en lugar seguro y me encaminé a donde estaba el único teléfono del barrio. La casa del Gallego Don Luis. Doña María, su esposa me abrió la puerta llorando. Me preguntó por la abuela y las chicas (mamá y la tía) ella era una amiga entrañable y estaba, aunque seca y segura en su casa, preocupada por su vecinos y amigos.
Luego de dar el parte desolador, llamé por TE. al cuartel de bomberos donde pasaba el día y en el que mi abuelo había cumplido más de veintiocho años de labor.
Bomberos de Berazategui, guardia; dijo el Sargento Iglesias. Cuartelero de turno, que para ese entonces, estaba muy atareado con las salidas.
Mi sargento, soy Héctor Cousillas, el nieto de Don Angel. Le comunico que el barrio está todo inundado y los vecinos tienen que ser sacados de allí. La abuela está en casa, pero la cosa está muy dura aquí. Encima, tenemos electricidad en la línea, no puedo tocar nada, todo esta electrificado, es un peligro.
Por el auricular escuchaba yo la sirena de los móviles saliendo del cuartel y muchas voces que daban órdenes. Pasó una fracción de segundos y dijo. Esperá un poco. No cortes, yo doy la órden de cortar la energía a la empresa. Te paso con el jefe.
Hijo, dijo Edgardo Álzaga, Comandante en Jefe del Cuerpo. ¿Cómo está la Élida? Bien respondí, en casa con mamá y la tía. He tenido que evacuar las dos casas. Pero en la loma, estoy por ahora seguro.
Escuchame dijo mi jefe, aquel que era más un tío que otra cosa. Nosotros no podemos llegar a la zona porque estamos hasta la siete (calle 7) con agua. Es un cáos toda la ciudad. Ezpeleta no da abasto y agata pueden con el otro lado de la vía. Fijate que podés hacer vos allá y si necesitas algo urgente me avisas para que mande una dotación. He pedido que corten el ramal de tren y que me den una zorra para que los chicos se muevan por la vía. Cualquier cosa avisame.
Antes de cortar, le dije. Jefe, vamos a mandar a un chico con una radio al cuartel para que nos comuniquemos sin dramas. De repente me vino a la memoria que esa radio que estaba en casa podía servir para algo.
Volví a casa de la abuela y le dí el parte a mi hermano y a papá. Tras ello, salimos a ver que podíamos hacer. Mientras ellos recorrían el barrio y prestaban ayuda a algún vecino; corri a casa y encendí la radio. El canal 14 estaba que hervía de estaciones brindando apoyo. Pedí permiso y dije algo que sonó más a órden que a solicitud.
Tenemos que instalarnos en el cuartel de bomberos. Pidan por el Jefe Álzaga que es mi tío y hagamos base allí. Todo está mal y complicado. Están saliendo con camiones de la municipalidad y privados a socorrer gente y no tienen comunicación. Organicemos una red a ver si podemos dar una mano. Tras lo cual quedé a obscuras y en silencio. Se había cortado todo el suministro de electricidad.
Corrí al garage para sacar la batería del auto del viejo, pero no estaba allí. Recordé entonces que se había vuelto en tren.
Me quería morir, no podía hacer nada más. Estaba incomunicado.
El agua llegó al pico máximo como a eso de las 02:00 de la mañana y comenzó a bajar. Para el mediodía siguiente, todo era barro, barro y más barro. Muebles, casas, autos, todo había sucumbido a la inundacion; pero el sol brillaba en un diáfano cielo y la gente volvía a sus casas.
No se que pasó aquel día en la radio, tampoco recuerdo quién se hizo cabecera en el cuartel. Menos cuales fueron los colegas que se subieron a los camiones y estuvieron todo el día ayudando con las comunicaciones. Pero la sorpresa me la dieron por separado y desde las dos instituciones que yo más quería.
A la tarde de aquel día el jefe llegó a casa de la abuela a ver si todo estaba bien y necesitaba algo. Entonces me dijo cuan bien se habían portado los chicos de la radio y como salvaron las papas con sus equipos.
Una semana después, cuando llegamos a el club con mi hermano para el curso de radioaficionados; en un pizarrón, el presidente del mismo agradecía a los hermanos oncemetristas su destacada labor, en las horas de sozobra y temor, permitiendo las comunicaciones cuando todo lo demás estaba inutilizado.
Que Jorge Arredondo, dijera eso, era todo un acontecimiento. Don Jorge no era lo que se dice un amante de la BC y no veía con buenos ojos que un tropel de insurrectos halla ingresado al club, con esa terminología barata de banda ciudadana o que se llamen El Poncho, Los Millonarios, Gualeyan y no se que más en vez de LU tanto.
Cada uno de los que llegamos nos vimo gratamente sorprendidos y alagados y al finalizar la jornada; todos juntos realizamos un brindis en honor a los radioaficionados.
Ese día, con todo el dolor a cuesta y pese a que muchos perdimos muchas cosas en la inundación; el Radio Club Quilmes LU4DQ; marcó la diferencia. Había realizado las pases con los oncemetristas y éstos, llegaban a raudales noche tras noche a sumarse a los cursos. Todos queríamos ser verdaderos radioaficionados.
Fué en ese nefasto día que volví a repetirme, quiero y voy a ser radioaficionado.

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