Mi orgullo personal!

Mi orgullo personal!

viernes, 20 de marzo de 2009

Los componentes de mi estación

Desde Cordoba ahora como LU3HKA

Motivos felices de índole personal, llevaron a mi familia a mudarse a la provincia de Córdoba. Corría entonces, el año 1986. Y el día 28 de abril, me instale en La Falda.
Durante algunos meses, después de la llegada; transmití con mi flamante equipo de HF, desde una casa alquilada. No daba entonces para solicitar un cambio de radicación y de licencia. Tenía que esperar.
Gestioné todo por correo, una vez que habíamos adquirido la casa nueva. Quería salir con el indicativo oficial de esta provincia a la que amé desde que la conocí. El trámite demoró varios meses pero al fin, el 02 de octubre de 1987, me otorgaron el indicativo LU3HKA.
Un nuevo mundo se abría ante mi. Llegarían los DX, y mucho, mucho más.
Siempre he tenido una modesta estación de radio. Es la que mis padres me compraron cuando logré la licencia primera. Desde entonces, me acompaña en cuanto emprendimiento me largo y es motivo de orgullo y satisfacción. No por los altos valores del equipamento, no por lo moderno de éste, sino porque la tengo ordenada y acorde a lo que quiero. Todo al alcance y a la mano desde mi sillón de operaciones.
Muchos adelantos le fui haciendo en 23 años de operación; todos ellos propendieron más a la comodidad que al lujo. Buscaba yo entonces y lo hago aún, que sentarme en la radio, sea un placer. Y lo he logrado con creces.
Cada uno de mis amigos, aquellos que visitan la LU3HKA, se sienten a gusto en ella y son muchos los que copian ideas para mejorar sus propias estaciones.

jueves, 12 de marzo de 2009

La salida al aire de la LU7EVU

Ya lo he mencionado en otra de las entradas de este blog. Obtuve mi primera licencia de radioaficionado el 31 de enero de 1986. Fue la LU7EVU.
Desde ese día mi vida dio un vuelco. Había logrado algo nuevo, algo de lo que sentirme orgulloso.
La primera reacción, fue avisarles a mis amigos la buena nueva.
Pero pasaron unos días hasta que pude hacerme de un equipo desde el cual transmitir mi llamado.
Si bien la fecha que figura en la licencia es la mencionada más arriba, el acto de entrega en el radio club, fue muchos días después. Casi dos meses pasaron hasta que nos entregaron los documentos
Y ese mismo día pronuncié el llamado con todo el poder de mis pulmones, sabiendo que centenares de amigos estarían allí para salir a mi encuentro.
Fue el 29 de marzo de 1986 a las 23:08 horas, desde la estación del LU4DQ, Radio Club Quilmes.
Contestó Enrique Juan Serdolli LU1EVS desde la ciudad de Mar del Plata. Había llamado en 3.660 Mhz.
Le siguieron LU1JRC Octavio, de Paraná, Entre Ríos y LU1JQO Emilio de Federación, Entre Ríos
Los cuatro hablamos de muchas cosas, de sueños, ansiedades, ideas, ambiciones y de otras que ahora no recuerdo.
Solo me viene a la memoria de ese momento, lo que repitieron esos amigos durante todo el contacto. Defiende el hobby, se orgulloso y respetuoso de lo que lograste. Disfrutalo y presta tu estación para el servicio. Ya sea te lo requiera la patria, un amigo o solo un necesitado.
Creo no haberles defraudado hasta hoy. Y no espero hacerlo a futuro.

Aquella fatídica inundación del 85

Esa mañana de otoño, 29 de mayo de 1985; no presagiaba nada raro en lo que al clima se refería. Yo había salido a trabajar muy temprano y por la tarde, al volver, concurriría a mi querido club a estudiar. Me esperaba el curso para acceder a la licencia de radioaficionado.
Cuando llegué al LU4DQ, Radio Club Quilmes; la cosa se había tornado muy fea. Una impresionante tormenta eléctrica se abalanzaba sobre la zona sur de Bs. As. Todo lo que llegaba a ver desde el club era, nubes negras y relámpagos. No existía en el cielo un ápice de posibilidad de que una estrella pasara en medio de semejante y aterradora tormenta.
Luego de más de una hora de esperar la llegada de mis compañeros; iniciamos el curso. Solo unos pocos se presentaron ese día. Inclusive mi hermano Rubén no se atrevió a venir desde casa y eso que estaba en la vecina ciudad de Berazategui y el ómnibus lo tomaba en la puerta de nuestra vivienda y se bajaba a menos de una cuadra del club.
Terminada la larga despedida, propia de radioaficionados; me encaminé a la parada de ómnibus distante a solo dos cuadras. Una extraña sensación me envolvía. Nunca había pasado por ese singular y llamativo sopor.
Mientras caminaba por la calle desierta y lúgubre, mi cuerpo se comportaba de manera rara. Todo el vello corporal, parecía haber tomado vida y se movía como una pequeña lombriz. Solo atiné a recordar que hacía años experimenté una situación parecida, era cuando estudiaba en el I.S.E.R. (Instituto Superior de Enseñanza de Radiodifución) y visitaba las plantas transmisoras de radio en baires. En ellas, la potencia de los equipos (100 Kw.) en algunos casos, nos producía una especie de carga energética que se manifestaba de muchas formas. Nos llenábamos de pelusa, nos saltaban chispitas de las manos cuando asíamos algo, el pelo se nos tornaba caprichoso y se movía por momentos o erizaba en otros.
Los árboles no se movían en ningún momento, no corría viento y nadie, ni los perros noctámbulos estaba en la calle. A cada momento los relámpagos se entrecruzaban en lo alto del cielo y constantemente el rugir de los truenos rompía el letargo citadino.
Yo seguía a paso firme y a cada rato sucumbía bajo la arrolladora presión de la energía generada por los rayos. Los vellos del cuerpo se estiraban y el cabello parecía que era atraído por un gigantezco imán.
Cuando llegó el colectivo de la linea 300, me así del pasamano y un agudo pinchaso me hincó la palma derecha. Era energía electrostática.
El chofer me dijo al cortar el boleto (aún no había tickeadoras) que nochecita papá ¿NO?. Si, está rara la cosa, contesté como única respuesta. Algo me decía que aún no estábamos en lo peor de aquella jornada.
Cuando enfilamos para la zona del bajo en Ezpeleta, cerca del río y por detrás del viejo cementerio, la calle La Guarda; se nos presentó como un reto. Tenía uno que ser muy hombrecito para enfrentar la obscuridad y todas las imágenes que la luz de los rayos trazaban en el azabache cielo del este. Los otros puntos cardinales no estaban mejores.Pero, lo más grave venía del sudeste.
Nos miramos cómplices cuando el último pasajero descendió de la unidad y quedamos solos. Tragamos saliva y arremetimos contra el monstruo. Al rato, nos envolvían tantos rayos que bien podíamos haber filmado alguna escena de la guerra de las galaxias.
Luego de unos minutos llegamos a mi parada y bajé, no sin antes aconsejar al asustado amigo que deje la última vuelta sin realizar, la cosa no estaba para hacerce el machito. Desde las Lomas de Godoy (mi barrio por aquel entonces), podía ver muchos kilómetros a la redonda y a lo lejos, perdidas entre la fulgurante luz de los rayos, ubiqué las chimeneas de la hilandería Ducilo al este; mientras que al sur, la torre de composición y las chimeneas de la Cristalería Rigolleau. No pasaban mas de un minuto y un rayo gigante atacaba los pararrayos de esas estructuras. Todo se iluminaba como abrazado por el fuego de San Andrés, del que sabía por comentarios de un viejo marino que frecuentaba mi casa. El abuelo Domingo.
Con algo de preocupación llegué a casa y encontré a los viejos en la cama leyendo. Mi padre solo dijo que en la tele por los rayos no se podía ver nada. En cambio mi mamá, espetó que se había encargado de desconectar el equipo de BC de su antena, cerrar la ventana del fondo y desenchufar la TV.
Comí algo frugal y me metí en la cama, tenía mucho para leer y me dispuse entonces a hacerlo. Poco rato después, llegó la lluvia.
Leí por espacio de unas tres horas y mientras tanto me percataba que el agua caída era mucha. Pero no tenía vistas de cejar. La lluvia, los rayos, los relámpagos, todo se tornaba un baticinio de que algo malo ocurriría.
Pasado un rato y luego de apagar la luz del velador, Roky, mi perro pekinés; quizo subir a la cama. Cosa rara en él, dado que no era muy común esa solicitud y menos sin nuestra invitación. Lo abracé con mi mano izquierda y a la vez, le cubrí con una parte de la frazada.
Me desperté a eso de las cuatro de la mañana, asombrado de que aún no hubiere parado de llover. Cuando me bajé de la cama, pisé sin darme cuenta a Pirata, el otro integrante canino de la familia, que por alguna razón estaba esa noche también durmiendo junto a mi en la alfombra.
Fui al baño y me asomé por la ventana del patio para ver que onda con el agua. Mucho me llamó la atención que nuestro patio, alto, de cemento, con dos rejillas y una caída muy pronunciada hacia la calle; estuviera repleto de agua. Al menos unos seis centímetros de burbujeante líquido translúcido, vagaba por doquier en ese reducto.
Volví a la cama y me dormí placenteramente. No hay nada mejor que echar un sueño bajo un techo donde la lluvia golpea insistentemente.
A las 06:15 mi viejo se marchó de casa rumbo a su trabajo, yo no le escuché en ningún momento. Pero cuando la radio daba las 07:10 minutos de ese día 30 de mayo, mi madre asustada corrió por la cocina. Que pasa Rubito, la escuché decir a la vez que abría la puerta para que mi hermano menor Ruben ingresara, mojado, al patio cubierto.
Salté de la cama asustado. Él dormía esa noche en la casa de mi abuela Élida, que vivía a solo cuatro cuadras de nosotros. Le miré a la cara y sus ojos estaban salidos de sus órbitas. Nunca le había visto así. Tenía puesta una campera verde loro que era mía y chorreaba agua como un barril. Solo me miró y espetó. La abuela se está inundando. El agua está en el jardín y parece que va a seguir subiendo. Vine a buscar bolsas de arena para hacer unas barricadas.
Mamá (Beba) lo miraba risueña y dijo. Inundarse..., no, imposible. En el 55 que fue la inundación más grande, el agua llegó a la esquina de De Filipo, como va a llegar hasta adentro.
Ruben me agarró del brazo y tirando de el, me dijo ayudame. Me cambié de ropa y salí a la lluvia fría de esa negra y premonitoria mañana.
Juntos, cargamos unas bolsas del viejo tambor, con arena que mi padre tenía para sus cosas y partimos raudamente rumbo a la casa de la abuela. Cuando doblamos la esquina; mi hermano se estremeció y dio un grito. Uhyyyyy, que lo parió. Ya llegó a la carnicería. Estamos perdidos.
Yo miraba con asombro como una masa de agua subía por la calle Paso, hasta solo dos cuadras de mi casa.
Llegamos a la casa de la abuela y ella, pobre, estaba aterrada. Desde la seguridad de su comedor nos gritaba a nosotros que el agua se llevaría todo. Callate abuela, dije sin convencimiento. Que se va a llevar el agua. Nunca entró a la casa, así que no digas tonteras.
Ruben sugirió la estrategia a seguir. Vamos a poner en la puerta las bolsas de arena y cualquier cosa salimos o entramos por el fondo. Pusimos manos a la obra y en pocos minutos la casa de la abuela Élida parecía más una trinchera de la primera guerra que un domicilio del conurbano bonaerense.
Para cuando terminamos de colocar las bolsas, mamá había llegado con un paraguas a ver que sucedía y entre lágrimas no terminaba de asimilar el desastre. Cuando dio la vuelta a la casa para ingresar, con un grito nos alertó a ambos. Chicos, chicos, dijo desesperada. El agua está adentro del comedor.
Cómo mier... dijo mi hermano, si estamos tapando todo los agujeros. Abrimos la ventana y si, allí estaba esa apestosa agua negra entrando por todos lados. Mejor dicho, saliendo por todos lados.
Mamá nos advirtió. es por el sótano, es por el sótano que entra. Corrí a la que era la pieza de ellas y que nosotros usábamos ahora para pasar las noches con la abuela y con unos 20 cn. de agua en el piso me tire de cabeza a la puerta de ese bendito lugar. Cuando estaba ya asegurado a la manija, me preparé para dar el conocido tirón para levantarla. Pero para mi sorpresa, ni bien me así de ella, se elevó sin problemas. Tras de si, un torrente de agua irrumpió en la pieza y tiró por los aires todo el trabajo de taponamiento previo realizado.
El viejo y olvidado sótano; que otrora servía para guardar algunos bártulos y cuando se podía la reserva de ajíes en vinagre o salsa de tomates; ahora nos jugaba una mala pasada. Un ventanuco de ventilación, miraba al sur, era por demás pequeño, del tamaño de una baldosa; pero servía y vastaba para magnificar el desastre. La casa de Pedrín, el vecino; estaba más baja que la de la abuela, por ello, hacía ya muchos minutos que el agua la cubría al menos con un metro de altura. Desde allí, por la ventilación ya aludida nos entraba el agua a lo de la abuela. Nada podíamos hacer para impedir la derrota.
Me incorporé, miré a Ruben con ojos llorosos y dije; estamos fritos. Ruben agarró a mamá con una mano y le dio orden de que se fuera a casa con la abu. Ella se reía en su desazón y nos miraba sin creer. Le gritó otra vez. Tenés que irte y ahora.
Yo, sabiendo lo que eso significaba, estaba por demás dolido y herido. La casa del abuelo, esa que nunca había tenido dramas, ahora estaba bajo las aguas. Allí, donde tantos se sintieron seguros en las anteriores inundaciones; mientras el abuelo Angel luchaba valientemente con los bomberos para salvar lo que se podía de los vecinos; nosotros chapaleábamos al menos 50 cn. de agua.
Solo atiné a indicarle que lleve ropa, los documentos de la abuela y la escritura de la casa. Pensábamos entonces que Las Lomas de Godoy, serían un seguro refugio para ese desastre.
Ruben las acompañó hasta la esquina y yo casi llegando a la mitad de la otra cuadra. Desde allí, por el asfalto, creíamos que podrían irse solas. Solo restaban tres cuadras a casa.
Para cuando regresé a lo de la abuela, Ruben había subido ya muchas cosas a la mesa del comedor. Me esperaba para levantar la heladera. Estábamos en el intento, cuando mi papá ingresó cual tromba. No daba crédito a lo que veía.
Mientras subíamos esto o aquello, nos contó que desde la fábrica se había vuelto por tren, dado que a gatas pasó con el auto, al irse a su trabajo; por el arroyo Gimenez. Cuando venía para acá, me asomé del tren en la zona del arroyo y todas las casa están tapadas hasta el techo. La escuela (Brown Menéndez) tiene agua hasta las ventanas y en la estación (Ezpeleta) todo está inundado con más de un metro. Ruben y yo nos miramos y descorazonados seguimos en lo nuestro.
No terminábamos aún de alzar las cosas, cuando mi hermano dio un respingo y gritó para que lo escucháramos. Ehhhhhhhhh!!! dijo sin detener su frenético caminar entre las cosas que flotaban. Nos olvidamos del tío Raúl. Si nosotros tenemos un metro de agua, ellos están tapados.
Dejé todo lo que tenía apoyado en la mesa de la cocina y salí disparado rumbo a la casa de mis tíos/padrinos. Me separaban dos cuadras. Pero la desesperación; ni me acordé de ellos.
Ya me parecía raro a mi que el tío Raúl no viniera a ver a la vieja, ni que la tía Pochi no apareciera con su histeria y miedo al agua. Claro, dije mientras nadaba rumbo a su casa. Como van a venir si ya se ahogaron.
Cuando al fin llegué a la calle Bouchard, la corriente era tan fuerte que tuve que agarrarme de unos árboles para avanzar. La casa estaba muy mal. El agua alcanzaba los 1. 60 mts. por fuera y dentro, algo menos.
Ingresé por la ventana de la pieza de Nestor, mi primo. La tía pochi desesperada juntaba algo de ropa mientras que el tío levantaba su cama sobre la cómoda. Sobre la mesa de la cocina mi querida abuela Socorro (la mamá del tío Raúl) lloraba y tenía sus humildes pertenencias en la mano.
Traté de calmarlos a todos y de calmarme yo mismo. Estábamos en estado de guerra.
Ayudé al tío a levantar la heladera y la tele a más de dos metros de altura y coloque los colchones sobre el ropero. El agua seguía subiendo. En eso, veo dos sombras familiares que, entre medio de los flotantes sillones del patio; entran al sub mundo de la inundación.
Cuñado!!!, dijo la tía Pochi. Rubito, aportó la abu "Cocoio" desde la mesa. Acagamos pera esta vez!!!!
Mi viejo estaba sacado, no entendía como podía pasar esto. Raúl desde la pieza gritó Chule!!!! (mi papá Rodolfo) vení dame una mano. Al momento volvía mi viejo con una carpeta que entregó a la tía y le dijo. Póngale unas bolsas de nylon. En la otra mano, portaba una carabina y un revólver. A las que envolvió sin mucho cuidado con el hule de la mesa.
Que hacemos nos dijo a mi hermano y a mi mientras nos sacaba al patio. Vamos a casa dije sin miramientos y luego vemos.
Volvimos a entrar y dimos las directivas que sonaron aún más retóricas en la situación incómoda que estábamos. El Chule se metió en la pieza con mi tío y yo encaré a la tía Pochi. Juntate algunos vagallos y nos vamos a casa, llevamos a la abu y luego vemos que hacemos. La abuela Élida está en casa con mamá, así que no hay dramas.
La tía se negaba rotundamente a abandonar lo que quedaba de la casa, pero entonces mi hermano le gritó muy féo. POCHI!!!!!!!!!! no te estamos diciendo que si querés, vas a venir aunque te lleve de los pelos. Me en ten des???????? Agarrá lo que puedas y vamos.
Tan fuerte le había tomado la muñecas Ruben, que la tía solo dijo si, claro hijo.
Dos minutos más tarde, yo llevaba a cocochito a la abu Socorro, Rubén y mi primo Néstor, cargaban las bolsas con ropa y sobre el hombro, las armas del tío. La tía Pochi, solo caminaba como zombie, no decía ni hacía nada más. En tanto, la abuela desde lo alto de mis hombros sollozaba mientras repetía ...hija, perdimos todo, todo, todo perdimos...
Cuando llegamos a casa la escena era surrealista. Mamá y la abuela que estaban tomando una taza de leche caliente, como para acomodar la temperatura corporal. Al ver al malón que llegaba rompieron en llantos. Se abrazaron y besaron dando gracias a Dios de estar vivas.
Mi hermano y yo salimos hacia el galpón y nos pertrechamos de cosas que creímos nos servirían para hacer frente a la realidad que volveríamos a encontrar a solo dos cuadras de casa.
Cargamos unos cascos, varias sogas. Algo de alambre unas tenazas y dos pinzas. Nos mudamos la ropa por una muda seca y salimos nuevamente con nuestros anorak de pesca a ver que podíamos hacer.
Al llegar a la esquina del tío, escuchamos un grito. Sobrino!!! venga para acá. Era Raúl que nos hacía señas desde la casa de un vecino. Su esposa, inválida, no podía salir del acorralamiento de las aguas. Cruzamos la fangoza calle, con el agua en la cintura e ingresamos a la inundada casa. Con esa gente habíamos convivido desde que nacimos, eran los mejores amigos de los tíos.
Con mucho esfuerzo sacamos a la abuela y a los niños por la ventana del living y los llevamos a lo de otro vecino que tenía una casa de alto.
Entonces el tío, nos comunicó las buenas nuevas. Tu papá se fué de la Nelly (una prima vecina a la abuela) para ver que pasaba. Yo me voy de Ferrari a ver como anda y uds. dos, vuelvan a la casa de la Élida y quédense allí.
Nos miramos con Rubén y salimos presurosos. El agua seguía subiendo más y más.
A poco de partir, cambiamos de idea. Él iría a ver a un amigo que vivía más abajo en la zona crítica y yo daría un rodeo por el barrio para ver si necesitaba algún vecino una mano. Así lo hicimos y nos separamos. Para todo esto, recién había pasado poco más de una hora de la irrupción de mi hermano en casa. Y digamos, se podía llevar a ver unos metros gracias a la claridad de la mañana.
Conocedor del barrio, me fui arreglando para avanzar con precaución entre las casas. En cada una de ellas el desastre era latente. Muchos de los vecinos ya se habían ido a un lugar seguro dejando atrás todo. Otros, en cambio, persistían en la lucha sin igual contra el agua.
Pasaba yo por el frente de la casa de Clemente, el pequeño burguéz, cuando desde adentro me llamaron. Al ingresar, alguien dijo. Sos igual que tu abuelo, preocupado por los demás. Gracias.
En ese momento caí en cuenta que me había olvidado de mi otro amor. Los bomberos.
Ayudé a sacar las pocas cosas necesarias para subsistir en la casa de un vecino, que ésta familia podía necesitar y entre el torrente salí de nuevo a la calle.
No acavaba de llegar, cuando algo cruzó frente a mi raudamente. Era el perrito de otro vecino. Lo cogí de la cola y traje a mi lado. Tanteando la vereda y luchando contra el agua, giré hacia la casa de él. Cuando la corriente me empujó y trastabille; me agarré fuerte de la reja. Algo me golpeó y tiró a más de un metro.
Aturdido me quedé un segundo pensando que era lo que me sucedió y con mucho tino dije a voz en cuello. Es la pared, es la pared, no se agarren que está electrificada. El agua cubría casi por completo el pilar de energía de S.E.G.B.A. y por raro que me pareció; el suministro seguía latente en la red.
Aún con los músculos del brazo adormecido por el cimbrón; dejé a mis vecinos en lugar seguro y me encaminé a donde estaba el único teléfono del barrio. La casa del Gallego Don Luis. Doña María, su esposa me abrió la puerta llorando. Me preguntó por la abuela y las chicas (mamá y la tía) ella era una amiga entrañable y estaba, aunque seca y segura en su casa, preocupada por su vecinos y amigos.
Luego de dar el parte desolador, llamé por TE. al cuartel de bomberos donde pasaba el día y en el que mi abuelo había cumplido más de veintiocho años de labor.
Bomberos de Berazategui, guardia; dijo el Sargento Iglesias. Cuartelero de turno, que para ese entonces, estaba muy atareado con las salidas.
Mi sargento, soy Héctor Cousillas, el nieto de Don Angel. Le comunico que el barrio está todo inundado y los vecinos tienen que ser sacados de allí. La abuela está en casa, pero la cosa está muy dura aquí. Encima, tenemos electricidad en la línea, no puedo tocar nada, todo esta electrificado, es un peligro.
Por el auricular escuchaba yo la sirena de los móviles saliendo del cuartel y muchas voces que daban órdenes. Pasó una fracción de segundos y dijo. Esperá un poco. No cortes, yo doy la órden de cortar la energía a la empresa. Te paso con el jefe.
Hijo, dijo Edgardo Álzaga, Comandante en Jefe del Cuerpo. ¿Cómo está la Élida? Bien respondí, en casa con mamá y la tía. He tenido que evacuar las dos casas. Pero en la loma, estoy por ahora seguro.
Escuchame dijo mi jefe, aquel que era más un tío que otra cosa. Nosotros no podemos llegar a la zona porque estamos hasta la siete (calle 7) con agua. Es un cáos toda la ciudad. Ezpeleta no da abasto y agata pueden con el otro lado de la vía. Fijate que podés hacer vos allá y si necesitas algo urgente me avisas para que mande una dotación. He pedido que corten el ramal de tren y que me den una zorra para que los chicos se muevan por la vía. Cualquier cosa avisame.
Antes de cortar, le dije. Jefe, vamos a mandar a un chico con una radio al cuartel para que nos comuniquemos sin dramas. De repente me vino a la memoria que esa radio que estaba en casa podía servir para algo.
Volví a casa de la abuela y le dí el parte a mi hermano y a papá. Tras ello, salimos a ver que podíamos hacer. Mientras ellos recorrían el barrio y prestaban ayuda a algún vecino; corri a casa y encendí la radio. El canal 14 estaba que hervía de estaciones brindando apoyo. Pedí permiso y dije algo que sonó más a órden que a solicitud.
Tenemos que instalarnos en el cuartel de bomberos. Pidan por el Jefe Álzaga que es mi tío y hagamos base allí. Todo está mal y complicado. Están saliendo con camiones de la municipalidad y privados a socorrer gente y no tienen comunicación. Organicemos una red a ver si podemos dar una mano. Tras lo cual quedé a obscuras y en silencio. Se había cortado todo el suministro de electricidad.
Corrí al garage para sacar la batería del auto del viejo, pero no estaba allí. Recordé entonces que se había vuelto en tren.
Me quería morir, no podía hacer nada más. Estaba incomunicado.
El agua llegó al pico máximo como a eso de las 02:00 de la mañana y comenzó a bajar. Para el mediodía siguiente, todo era barro, barro y más barro. Muebles, casas, autos, todo había sucumbido a la inundacion; pero el sol brillaba en un diáfano cielo y la gente volvía a sus casas.
No se que pasó aquel día en la radio, tampoco recuerdo quién se hizo cabecera en el cuartel. Menos cuales fueron los colegas que se subieron a los camiones y estuvieron todo el día ayudando con las comunicaciones. Pero la sorpresa me la dieron por separado y desde las dos instituciones que yo más quería.
A la tarde de aquel día el jefe llegó a casa de la abuela a ver si todo estaba bien y necesitaba algo. Entonces me dijo cuan bien se habían portado los chicos de la radio y como salvaron las papas con sus equipos.
Una semana después, cuando llegamos a el club con mi hermano para el curso de radioaficionados; en un pizarrón, el presidente del mismo agradecía a los hermanos oncemetristas su destacada labor, en las horas de sozobra y temor, permitiendo las comunicaciones cuando todo lo demás estaba inutilizado.
Que Jorge Arredondo, dijera eso, era todo un acontecimiento. Don Jorge no era lo que se dice un amante de la BC y no veía con buenos ojos que un tropel de insurrectos halla ingresado al club, con esa terminología barata de banda ciudadana o que se llamen El Poncho, Los Millonarios, Gualeyan y no se que más en vez de LU tanto.
Cada uno de los que llegamos nos vimo gratamente sorprendidos y alagados y al finalizar la jornada; todos juntos realizamos un brindis en honor a los radioaficionados.
Ese día, con todo el dolor a cuesta y pese a que muchos perdimos muchas cosas en la inundación; el Radio Club Quilmes LU4DQ; marcó la diferencia. Había realizado las pases con los oncemetristas y éstos, llegaban a raudales noche tras noche a sumarse a los cursos. Todos queríamos ser verdaderos radioaficionados.
Fué en ese nefasto día que volví a repetirme, quiero y voy a ser radioaficionado.

Si querés ser un verdadero radioaficionado, tenés que ser LU

Como no podía ser de otra manera, luego de salir unos días con mi equipo y desde casa, me comprometí a acceder a una licencia de radio, que me permitiese hablar sin problemas o burlando a la ley.
No sabía mucho del asunto, más de lo que había tratado el tema en la escuela; así que consulté a unos colegas al respecto. Pronto uno de ellos me conectó con otro colega, que se encargaba de hacer los trámites, así que en poco tiempo; me otorgaban una licencia comercial de Banda Ciudadana.
Cuando este amigo me citó a su casa para entregarme la documentación; me convidó con un café y charlamos un rato muy largo. Primero me interrogó para que quería la radio, que había hecho desde entonces con ella y muchas otras cosas. Yo contestaba como de costumbre, solo la verdad.
Me escuchó largo rato y luego dijo algunas cosas que habrían de cambiar el rumbo de mi vida. Entre esas cosas, me felicitó porque me había preocupado por hacer las cosas legalmente y me dio un largo sermón sobre que se hacía mal en la BC.
Me auguró buenos momentos y mucho progreso, me asesoró sobre las QSL y que se yo cuantas cosas más. Pero, al despedirme, dejo flotando algunas palabras que me tendrían intrigado mucho tiempo.
Lo último que dijo fue. Si vos querés ser un verdadero radioaficionado; tenes que ser LU.
Que me habrá querido decir con ello, por que lo dijo, como se hará y miles de preguntas más rondaron día tras día en mi cabeza. Cuando preguntaba a los colegas, muy pocos me decían algo coherente al respecto.
Cierto día nos cruzamos con un amigo, que se llamaba Roberto Estación Gualeyán. El salió al aire con su estación y siempre se había preocupado por aprender algo más sobre el tema. No importaba que decían o hacían los colegas en la frecuencia, el era un señor.
Una noche, cuando la madrugada golpeaba la puerta de las estaciones; me saco el tema de la actividad de radioaficionados LU. Él había estado preguntando a unos conocidos y todo indicaba que para ser un nuevo cultor de ese tema, teníamos que realizar un curso en un radio club.
Me comunicó que se encargaría de lograr más datos y nos despedimos hasta otro día.
Solo dos noches depués, me llamó he informó que el Radio Club Quilmes LU4DQ, estaba por abrir las inscripciones para un nuevo curso de radioaficionados y que deberíamos llegarnos a la sede del mismo a charlar. Así que para el otro día, el me buscaría y juntos nos iríamos a ver que pasaba.
Esa noche se sumó mi hermano Ruben Los Millonarios, que se había enganchado con la radio meses antes y que estaba dispuesto a hacer, también las cosas de modo legal.
Grande fue mi sorpresa cuando al ingresar al club, nos recibe el mismo colega que unas semanas antes mientras me entregaba la licencia comercial; había dicho eso de Si querés ser un verdadero radioaficionado; tenés que ser LU. Él mismo asombrado me abrazaba y daba la bienvenida, a la vez que volvía a augurar muy buena actividad.
Solo pasaron unos minutos y llamó a varios colegas de la institución para presentarnos. Y como no podía ser de otra manera, quedamos enganchados en el curso para novicios.
Tres meses después, me entregaban en un sencillo y modesto acto, mi flamante licencia de operador radioaficionado LU7EVU.
Fue esa fecha 31 de enero de 1986

Un día de lluvia, el aburrimiento y un viejo equipo Combi de BC

Desde hacía ya algunos meses con dos amigos estábamos trabajando en cuestiones de electrónica que se manifestaban como reparaciones.
Habíamos salido de la escuela meses atrás y estábamos sin un trabajo estable. Por lo que de la noche a la mañana nació HTM Electrónica. Una pseuda sociedad entre tres amigos que perseguía llevar el mango a casa. Miguel Angel Ottonello, Eduardo Augusto Costa y yo estábamos trabajando mancomunadamente.
Si bien no era mucho lo que hacíamos, al menos pudimos ir tirando. Y con ello llegar a ese día en el que nuestras vidas dieron un vuelco.
Cierta tarde de invierno, fría, lluviosa, y oscura; nos pusimos a acomodar el taller. No teníamos nada pendiente y obviamente, nadie traería ningún elemento para reparar. Aprontamos el mate y entre reclamos a Teddy (Eduardo) por ser tan desordenado, fuimos poniendo cada cosa en su lugar.
Ya caía la noche cuando el susodicho amigo; nos puso en la mesa algo que sería la piedra angular de nuestro futuro hobby. Che...! miren que tengo. Son dos equipos de radio que me dieron hoy cuando fuí ha hacer un laburito. Me los ofrecieron y los traje.
Miguel y yo nos mirábamos desconcertados y con más ganas de atacar al último bizcochito que de ver de que se trataba.
Teddy nos explicó que eran equipos de Banda Ciudadana, que trabajaban en 10 metros y que andaban. Entonces pensó en que ya que estábamos al vicio, podríamos salir al aire.
Acordándonos de las clases pasadas y de todo lo que escuchábamos en la escuela; corrimos al patio bajo la lluvia y con esfuerzos, le quitamos a Pinky, la perrita de Teddy, varios huesos de caracú y con una alambre del galpón que tenía Rodolfo (papá de Eduardo) preparamos una antena dipolo.
Como estábamos seguros de que el enano tenía la posta en cuanto a la frecuencia y esas cosas; en cuestión de minutos subimos bajo una pertinaz llovizna al techo. Con la sana intención de colocar desde el tanque de agua la antena artesanal. Mamá Cora (la mamá de Eduardo) nos blafemaba desde abajo argumentando que ella no podía decirles a nuestras madres que no habíamos muerto en su casa. Luego de caernos del techo por ser unos inútiles. Que bajáramos y fuéramos a cenar.
No le dimos bolilla, es más, la cena la salvamos porque Gabi (la hermana de Eduardo) nos la trajo al taller.
Con varios elementos de surplus, hicimos un fuente estabilizada y minutos después, conectamos el equipo y lo encendimos. Nuestros corazones latían desenfrenadamente, como sería la cosa, que diríamos, con quién podríamos hablar.
Solo tenía el equipo colocados, tres osciladores de cuarzo, el resto faltaba. No teníamos frecuencímetro y el otro equipo no encendía.
Mirándonos curiosamente y sin hablar palabra alguna; nos preguntábamos quién sería el primero en transmitir. Pasaron los minutos que disimulamos cambiando el canal repetidamente hasta que Eduardo dió la órden sagrada. Arranca vos Chiche, ya que tenés experiencia.
Yo??? dije sin amedrentarme, de que experiencia me hablas?
Si, dale para adelante, vos, vos, vos sos el mejor.
No lo creí entonces y no lo creo ahora, pero no estaba para pasar vergüenza ante mis mejores amigos.
Por larguísimos 45 minutos llamé insistentemente como lo hacía nuestro profesor Rivero, daba datos de quienes éramos, dónde estábamos y por que salíamos al aire.
Cambiaba la mano para que se descontracture y volvía a arrancar. Mientras yo insistía y quedaba disfónico; mis dos amigos devoraron bajo la anciedad; todos los sandwiches de salchichón con jamón y queso que nos habían alcanzado desde la cocina y se tomaron la Coca.
Cansado de no recibir ningún ruidito que no sea estática; dije ahora le toca a otro.
Miguel y Eduardo se turnaron algunos minutos y luego el equipo volvió a mis manos.
Para entonces el reloj marcaba las 23:45 hs. y nosotros con el pescado sin vender.
Eduardo volvió de la cocina con tres palanganas de café negro y dijo. Dejame a mi, inútil!!!!. Vos no tenes onda con el aparatito.
Se inclinó sobre el Combi y le dió un fortísimo beso. A la vez que decía no le hagas quedar mal a papito.
Tomó el micrófono y pronunció el remanido mensaje. Cuando soltó el ptt.; una voz de ultratumba espetó: ...(SIC) nadie les va a dar bola en esta frecuencia primero, segundo; no son diez metros sino once...
Si bien no era mucho, sabíamos al menos que el Combi transmitía. Pedimos por favor, rogamos, insultamos y todo lo demás, en pos de que alguien vuelva al ruedo Nada.
Ya estábamos por desistir, cuando volvió la voz y dijo ...eh, como andan, así que son tres los integrantes de la estación. Que bueno. Esperen un rato que traigo a la colmena para aquí.
Pasaron unos quince intrigantes minutos; cuando ese canal, se llenó de actividad. Ocho estaciones aparecieron a la vez, todos hablando, todos saludando y contentos de que estemos en el aire.
No lo podíamos creer, de la nada habíamos salido al aire y ahora teníamos hasta corresponsales.
El amigo que inició el diálogo, nos informó que era Roberto, de la estación Continental de Ránelagh. Quién además nos presentó a varios de los que se habían presentado en la frecuencia: Daniel Montecarlo, Omar Pampero, Esteban EL Rocío, Oscar El Molino, Silvina Gaucho Gaucho, Claudio Tulipán Negro, Jorge Tango Tango, Anselmo Leo; y otros tantos.
En cuestión de minutos, armamos un revuelo impresionante y todo el mundo venía a nos para darnos la bienvenida y esas cosas de la radio.
Cuando quisimos darnos cuenta habíamos llegado a las 03:00 de la madrugada y volvimos a quedarnos solos.
De todos modos, la semilla había sido plantada y nunca más volvería a separarme de la radio.
Varios días seguimos encontrándonos en la radio con los nuevos amigos y hasta muchos de ellos nos hacían visitarlos en sus casa, para conocer como era una estación, para compartir un mate y hasta para conocernos.
Solo días después de que saliéramos al aire desde la casa de Eduardo; fuimos, como correspondía, bautizados en la frecuencia.
Necesitábamos un nombre y nuestros nuevos amigos no dudaron en tomar cartas en el asunto.
Se nos consultó sobre miles de cosas, nos preguntaron otras miles más, todos querían saber algo que les permitiera elegir un nombre para nuestra estación.
Fue Anselmo Olmelli, de la estación LEO, que junto a otros colegas nos impuso el nombre de Estación Los Amigos. Hoy, a la distancia, digo que no se esperaron mucho; pero si creo que dieron con el nombre justo.
Durante meses salimos al aire, Eduardo, Miguel y yo con esa denominación. Primero desde la casa de Eduardo, luego, llevando el equipo cada uno a su casa y haciendo radio junto a la flia.
Todo funcionaba bien, hasta que bajo la necesidad imperante; cada integrante del team, adquirió su propio equipo.
Desde ese momento, no podíamos seguir compartiendo el nombre. Yo fui el segundo del equipo, cuando adquirí, regalado por mis viejos el recién salido Stalker IX, una joyita de equipo que me ha dado millares de buenos comunicados. Por último fue Miguel y su President Mc. Kinley.
A mi estación la bautizaron solo en unos minutos. Ya me conocían la mayoría de los amigos y por ello no dudaron.
Tenía y tengo aún, la costumbre de usar un poncho rojo cuando el frío aprieta. No importa que otra cosa me coloque de abrigo, el poncho, no falta.
Con eso a cuestas, salí al ruedo el 1º de Abril de 1985. Siendo las 22:10 ; realicé el primer llamado en la BC, utilizando mi equipo nuevo. Me contestó Oscar Estación El Molino de la ciudad de Gutierrez en el partido de Berazategui.
Solo minutos después, me comenzaron a llamar Estación El Poncho.

SK de Francisco Rivero LU5DZT

Ninguno en su sano juicio podía dejar de llegarse alguna vez por el taller de electrónica. Allí siempre éramos bien recibidos por el profesor Rivero.
El último año, solo estábamos con los lapices, muy poco de taller y menos de soldadores.
Cuando el 82 llegó a su fin, nos despedimos y cada uno enfiló para su futuro.
En mi caso, ingresé en el I.S.E.R (Instituto Superior de Enseñanza de Radiodifusión). Cada tanto, viajaba a Villa Elisa a ver que pasaba allí, en mi hogar, la escuela Técnica 10.
Todo estaba como antes. Aún los padres no le pegaban a los profesores porque el chico, su hijo no pasaba de grado. Al director se le escuchaba y atendía y a los profesores se les trataba de ud.
Lo más grave era que en el asalto del sábado anterior, un compañero había logrado el beso de ...esa, la ingrata.
Estaba yo en la planta transmisora de LR3 Radio Belgrano; cuando el ingeniero en jefe me llama. Que raro dije, quién sabe éste número?
Atendí seguro de que se trataba de un error. Yo era un simple alumno, no tenía autoridad no me conocía nadie y para colmo de males el profesor Félix Argota Salinas, no me podía ni ver.
Solo dije hola. Desde el otro lado una voz se dejó escuchar entre sollosos. Chiche, dijo el flaco Omar Walter Fernández, mi amigo, mi hermano de Villa Elisa. Se mató Rivero. Venite urgente.
No pude ni siquiera preguntar de dónde sacó el número o quién se lo pasó. En verdad, aun hoy no lo se.
Colgué el auricular y una pena punzante me perforó. Llorando solo atiné a mirarlo a otro amigo, también compañero de la secundaria. Leonardo Carlos Santos se paró y dijo. Que pasa?? fue lo único que se le ocurrió. Cuando terminé el discurso ambos llorábamos y dentro de nuestras cabezas los recuerdos pujaban por salir.
Tan mal nos vieron que nos dejaron salir, con su Dodge Polara verde, salimos cuan rápido pudimos y viajamos decenas de kilómetros hasta nuestros hogares. Luego de un baño y de calzarme el traje, con el tren como único medio de transporte, llegué a La Plata.
En la sala mortuoria había cientos de personas, todos los alumnos alos cuales él se había consagrado estábamos allí, despidiéndolo, tristes, apenados. También junto a nosotros los viejos profesores de la 10, que tampoco podían creer lo que sucedía.
Francisco Rivero, el profesor, el radioaficionado, el que tenía las cejas como cortinas, el del auto viejo y destartalado; se había arrodillado en su bañera y en un inconfundible estado de inconsciencia; con el mismo 38 Smit y Wesson que se llevó a la cordillera entre sus ropas, para defender la integridad de la patria; se voló la cabeza.
Su mejor amigo, un radioaficionado, nos dijo cual era la causa. La se y la conozco. Pero por respeto a su memoria, no voy a decirla. Él no habñia llegado a tiempo, pese a que estaba solo a kilómetros de la casa. Por radio manifestó cosas que solo un amigo podía entender. Ese mensaje que da la señal. Que abre la duda.
Tomó su auto y llegó a la casa. Todos estaba abierto, los equipos de radio encendidos y en la cocina, una revista de modas algo subida de tono, presentaba la causa de la infortunada decisión.
En el baño, yacía el viejo. Solo, ensangrentado y con los ojos muy abiertos.
A todos nos llamó la atención que la gran mayoría de los presentes en el velatorio fueren radioaficionados. A todos menos a ellos mismos. Era su amigo, su mentor, su padrino, su colega. Era en términos simples. Un buen radioaficionado.

El conflicto con los hermanos chilenos y la actuación de Francisco Rivero

Todo el mundo sabía que de un momento a otro, la cosa llegaría a mayores y lamentaríamos mucho tiempo haber metido las manos en las armas.
Cierta mañana, cuando el sol apenas salía detrás del monte tupido del Parque Pereyra Iraola, el profesor Rivero llegó a la escuela. Venía con su viejo Falcon borra vino y sobre el techo tenía una carga gigantezca.
En todas las goteras del techo había colocadas antenas, Cortas, largas, redondas, negras, de acero, de fibra de vidrio, etc. Detrás en el baúl, dos bases magnéticas portaban también sendas antenitas.
Debajo del logo Ford, un resorte muy fuerte sostenía un trozo de aluminio y posteriormente un pedacito de caña de pescar (por lo menos parecía eso para mi).
En los asientos había acomodado un montón de equipos y cientos de cables cruzaban por doquier.
Nos miró he hizo su habitual seña soltando la mano derecha del volante. Paró frente al colegio se bajó y entró como una tromba.
Nosotros no dábamos crédito. Estaba vestido de militar. Parecía una aceituna. Arrugada si, pero aceituna al fin.
Nos llamó la atención que no tuviera ni armas ni jinetas de grado.
Al momento salió de la dirección, subió al taller y bajó con todos los equipos de radio que allí estaban. Nos miró, movió sus largas cejas y solo dijo. Hablen con Masa (el director) yo ya vuelvo.
Yo no pude verlo, pero un compañero aseguraba que entre los equipos había visto un FAL (Fusil Automático Liviano) y una pistola nueve milímetros. También un machete y un hacha de cabo largo.
Cuando sonó el timbre y entramos, todo era silencio y muchos ceños enjutos. Nadie dijo nada y menos preguntamos nosotros.
Pasamos al taller y pronto de apareció el director. Solo dijo. El ingeniero Rivero no va a estar unos días. Hagan el trabajo pendiente y cuidado con la disciplina. Cousillas ud. controla. Dió media vuelta y se marchó.
Como un tren salí tras él. Que sucedía, que estaba pasando. Por que razón no venía el viejo? Cómo, que, donde, cuando. Nada dio resultado. Emilio cerró la puerta de la dirección tras él. A los dos segundos volvió a abrirla y espetó. Te dije que controlaras. ¿Que se supone que estás haciendo?
Todo el día la pasamos mal, nadie daba cuenta de nada. Solo escuchamos en LT 11 Radio Provincia de Bs. As. que las tropas armadas argentinas habían sido movilizadas en pos de la defensa del país SIC.
¿Que significaba eso, nadie lo sabía? pero todos creíamos que nada bueno era.
Dos días hicimos las cosas por automatismo; hasta que Masa (el director) me llama a la oficina. Cousillas, traiga el mate y venga. Ahora. Ya.
Dos minutos después, entraba sin golpear. Me acomodé en el escritorio que me era tan particular y di inicio a la rueda del mate.
Además de Emilio, estaban Tesari, Pellegrini e Ioma. Todos profesores de taller.
Gordo, dijo Emilio. La cosa está fulera. El ingeniero Rivero fue combocado por el gobierno nacional para prestar servicio en algún lugar dela cordillera. No se sabe donde y menos hasta cuando.
Fue reclutado porque como es radioaficionado y pertenece a la Defensa Civil Nacional; tiene que prestar su servicio. Pero nadie asegura que no le apaguen un tiro.
Me quedé helado. Un tiro, al pobre viejo un tiro. ¿No es que va para hablar por radio? ¿Cómo le van a pegar un tiro?
Solo cruzamos suposiciones y mates. Para cuando había pasado una hora me despidieron bajo juramento de alumno bueno, de que no hablaría con nadie sobre ello. Claro dije y con lágrimas en los ojos subí al taller.
Pasaron al menos unos 45 hasta que volvimos a verle. Estaba flaco y chupado en sus facciones. Tenía una barba de varios días pero estaba sano y salvo. Su auto estaba cambiado, los colores que traía no eran los que lucía al irse. Era tierra de la cordillera.
Nos encontró en el recreo así que todos fuimos a saludarle. Solo atinó a decir. Esperen a ver que traje. Mañana lo usamos en clase.
Al otro día, hasta el más atorrante estaba allí esperando para ver que era eso nuevecito que había dicho.
Subió entre aplausos y vítores de alegría, con la complacencia de todos sus pares y la sonrisa de los alumnos. Cuando hubo entrado al taller, le recibimos con mate y bizcochos de grasa.
Solo dos segundos después abrió la caja. Era un nuevo equipo de radio un Yaesu FT 707 que el mismísimo ejército le había regalado. Se lo dieron cuando se fue, pero no lo quizo usar. Lo guardó para los alumnos de la técnica.
Eso, ropa, carpas, binoculares, estufa y mecheros, todo para estar en lo alto del país, velando por nuestra seguridad.
Nos dió detalles de todo pero, primero juramos no hablar de eso con nadie. Solo podíamos decir, que como radioaficionado, el había cumplido con el llamado de la patria.
Si nos aclaró, pese a ser ateo, que gracias al Papa y al Cardenal Samoré, no entramos en guerra. Teníamos que rezar por esos tipos. Se portaron muy bien.
Con los años supimos más del asunto, nos interiorizamos sobre detalles que antes eran top secret. Ahí, en ese momento, supimos lo cerca que había estado de no volver.
Francisco Rivero, LU5DZT, había puesto todo a su alcance para salvaguardar la seguridad de nuestro país. Nosotros, sus alumnos, podríamos seguir nuestro rumbo a la adultes, gracias a él.
Al fin y al cabo solo había hecho lo que tantos otros radioaficionados en ese momento. SERVIR

Cuando la responsabilidad hace fuerza

Frente a la escuela donde concurría, existía un club deportivo. Todos los días estábamos allí haciendo gimnasia, viendo chicas, jugando al volley, al futbol o a lo que se cruzara.
Cierta tarde, cuando quisimos entrar, vimos un cartelito que rezaba. Se suspenden las actividades hasta que termine la Fiesta de la Flor.
Queeeeeeeeee???? dijimos varios al unísono. Que flor si esto es un páramo. No hay ni yuyos, no hay.
Volvimos al taller dado que estábamos en recreo y le preguntamos a el profesor Rivero (el siempre se las arreglaba para saber de todo) que sucedía en frente. Nos comunicó que se realizaría una fiesta provincial de la flor y que la escuela tenía que participar.
Con mi abitual bocota, dije a matar; claro todos somos unas flores: flor de turro, flor de vago, flor de traga, flor de gordo, flor de chupamedia, somo flores, por eso nos invitan.
Desde el frente se oyo. Cousillas, cebe mate y buenos porque sinó cinco amolestaciones.
Varios días después, llegaron decenas de camiones a los que ayudamos a descargar. Tierra, macetas, plantas, carpas, mástiles, mesas, lonas y no se cuantas cosas más.
Cada mañana al volver al cole, veíamos como todo temaba forma. Alguna nueva carpa armada, una montaña de cesped, una cascada, palos, troncos, luces.
Al final de la semana, cuando estábamos por salir para nuestras casas, el Director Emilio Roberto Masa y Don Riveron nos dieron la buena nueva. La escuela estaría allí mostrando sus cosas, la gente, los equipos, todo.
El lunes llevamos para el club muchas cosas: Tornos, taladros, repisas, tableros de dibujo, elementos maquinados por nosotros, la consabida silla de camping, la budinera, la jarrita (tiempos en los que se estudiaba de verdad). Nos dieron un lugar hermoso, en medio del campo, con miles de personas que llevaba y traían elementos, plantas, etc.
Tardamos como dos días en armar el stand del cole, pero quedó hermoso. Cuando estábamos en la labor de higiene personal; llegó Rivero y dijo; fulano, fulano, fulano, mengano, perengano, Cousillas, Ayestarán, y sultano; cubren el primer turno mañana.
Glupp!!!!! se escuchó en el salón. Que turno, si es sábado?. Turno de que cosa? Como que turno, avise che, turno de que?
Con paciencia glamorosa nos dijeron. Tienen que atender el stand. mostrar que hacemos en la escuela, hablar con el publico, convencer a los chicos que visiten la muestra que estudien en la técnica y todo eso. Nosotros les traemos unas gaseosas y unos sandwichitos. Vos Cousi, ya sabes, tenés que traer el mate.
Yo pensaba irme de pesca con unos amigos, pero me inquietaba ver que era todo eso. Desde chico me llevaron varias veces a la Fiesta Nacional de la Flor en Escobar. Y siempre mis abuelas y mamá habían llenado el patio de flores.
A las ocho de la mañana estábamos allí como si supiéramos que hacíamos. La gente no llegó hasta las primeras horas de la tarde, así que todos propusimos cosas para hacerno ver. Uno operaba el torno, otro la cepilladora, uno juntaba cables y encendía luces, el otro de más allá se sentaba en la silla playera y el restante trasbasaba agus desde la jarra al embudo, del embudo al molde de budín, del molde a una fuente y todo eso, solo para mostar lo buenos que éramos soldando hojalata.
Yo cebaba mate y relojeaba las cosas que teníamos para ver conque podía largarme. Entonces, encontré un único ejemplar de destapador que un compañero había realizado años atrás y que se dejó de hacer porque ahora las botellas eran de litro y con tapitas a rosca.
Me fuí una escapada al bar donde parábamos todos los días para hacernos unos tiros en el billargol, o los flippers y pedí corchos, botellas y algo más.
Pronto me instalé en un costadito de la gran mesa y la gente comenzó a pararse prente mío para ver que hacía, un gordo vestido de mameluco, con solo quince años y lleno de botellas de vino, gaseosas y una latita de cerveza Biecker.
Con una admirable verborragia, hablaba y hablaba sobre las propiedades del adminículo de hierro. Destapa, abre, perfora, se arma y desarma, se puede llevar en la caja de herramientas, en la de pesca, en el bolsillo de la dama y en el del caballero. Y no se cuantas pavadas más.
Tanto decía de ese sacacorchos, que la gente lo quería comprar. Me perdí muchos pesos.
En un momento, levanto la vista y veo un cónclave asesino que me miraba como para sacarme hasta las escamas. Estaban allí parados, Masa el director, Rivero el profesor, Ioma el profesor, Nilda Bértola la profesora de Matemáticas, el Presidente de la fiesta y no se cuantos más. Emilio (Masa) me hizo un ademán y corrí pronto a su lado. Algo me decía que era el día del fusilamiento.
Escúcheme gordito!!!!, dijo sin miramiento por el educando versátil. ¿De donde sacó ud. ese hermoso verso que le dice a la gente? Es que leo mucho, fue mi única respuesta.
Bien, entonces, desde ahora, es ud. el encargado del stand y se preocupa de que todos macaneen como ud.. Yo les acomodo las faltas pero los quiero toda la semana aquí, dándo el ejemplo de como son los chicos de la Técnica 10. Se entiende NOOOOOOOOOO?
Si Don Director.!!! atiné a decir algo coloradito.
El día pasó sin contratiempos, así que cuando cerramos, nos felicitaron. El domingo volvimos con más bríos y encaramos la cosa de igual modo.
La mañana pasó tranqui, pero luego en horas de la siesta, llegó toda la provincia.
Yo estaba solo a eso de las 13:30 hs. porque mis amigos se habían ido a comer. El profesor Rivero me trajo unos sándwiches y un aparatito que se llamaba ATLAS 210. Parecía algo bueno pero ni idea de que era. Lo colocó en un atril y le enchufó dos cables. Cuando se estaba por ir me dijo. En un rato te llamo y veo como andás.
Yo esperé que se fuera de mi vista y me engullí los dos míseros sandwichitos de salchichón primavera y queso.
Al rato, mientras calentaba el agua para el mate, siento alguien que dice ...hola, hola, héctor estñás ahí????? Yo miraba para todos lados y no había nadie. Unos japoneses (los Nakandakare) caminaban con macetas y flores y en un carrito traían varios bonsai. Nadie hablaba español y menos me conocía.
En eso llega un compañero Mario Ayestarán y me dice. Rivero está loco de furioso, porqu está en le Falcon llamándote y vos no le das bola. Me paré y salí para la puerta y Mario me corría por los pasillos diciendo. NOOOOOOOOOOO, gil, por radio te llama. Por R A D I O. Me entendés?
Ahhhhhh!!! claro, por ra di o; dije.
Miré el negro aparato que crepitaba y movía una agujita. Verdaderamente desde sus entrañas salía mi nombre y la voz era de Don Rivero.
Tomé un micrófono que colgaba a su lado, tal como lo había hecho en la práctica de la escuela y dije. Si adelante LU5DZT. Le copio fuerte y claro. Hola, hola, hooolalalalalalala!!
Tres minutos después llegó el profesor y con los hoja abiertos me dijo. De donde sacaste eso? Quién te dijo que hablaras así? Como es que sabes mi licencia?
Solo pude decir. Ud. la tiene impresa en la luneta del Falcon con contac azul. Y escuché que esos términos los usó en la escuela el otro día, recuerda?
Ah, si, claro, si si si si claro. Bueno, desde ahora, vos sos el encargado de la radio y me llmás si pasa algo. Me entendés? Todo lo que sea me lo pasás por radio. Chau!
Esa tarde, entró gente, se marchitó un clavel, tomamos mate, vino sultano, se fué mengano, salió el sol, llegaron las estrellas, vendieron un Potus, pasó el autobomba, piaron los chingolos, etc. Todo, absolutamente todo lo que acontecía lo dije una y otra vez por radio. No me perdería la oportunidad.
A la noche, Rivero me dijo. Muy bien, hablas claro, se entiende, sos educado y no se que más. Pero por favor, recuerda que no tenés licencia, solo te dije que llamaras si era necesario. Si bien está en baja potencia, en esta banda, podrías hablar con cualquier parte del mundo.
Mundo dije yo, mundo mundo. La tierra quiere decir. Si largó Rivero. Fijate y en momentos me dijo. Este es de Bolivia, este de Canadá, este de Italia, ahhhhh, escuchá este es un Ruso.
Había llegado a mi máxima exitación desde que entré a la escuela; eso era lo que quería ser en el futuro. Radioaficionado.

Mi primer encuentro con un equipo de radio

Desde chico me gustaron las actividades donde existiesen cosas de mecánica, de electricidad y todo eso que creara en mi una salvaje e irresistible ganas de probarlo.
Mi padre, Rodolfo, era mecánico de máquinas en una empresa gigante; de esas que ya no hay. Por lo que siempre he tenido en casa miles de cosas con las cuales jugar y hacer chiquilladas. Desde los más variados elementos (tornillos, cables, "fierros", soldadores, caños, tuercas, etc.) hasta las herramientas mejor mantenidas de la comarca.
Para mi padre, las herramientas eran una cosa seria; por lo que si con mi hermano Ruben (4Z5FI) se nos daba por hacer esas cositas de chicos, lo primero tenía que ser, necesariamente, cuidar, proteger y volver a guardar todo, luego de los juegos.
Como no podía faltar en una buena familia, mi abuelo Angel también era fierrero, por lo que en su pequeño taller de reparaciones de bicicletas, yo la pasaba muy bien. Siempre encontraba allí alguna cosa, un cachivache, no se, algo con que pasar las tardes herramientas en mano.
Obviamente, cuando salí de la primaria no podía ni imaginar que mi futuro no fuere otro que una escuela técnica. Por eso en 1977, llegué a la Escuela de Educación Técnica Nº 10 "República de Italia" de la ciudad de Villa Elisa, partido de La Plata en el sur de Buenos Aires.
Pronto encontré el rumbo, dado que como uno de los cinco mejores alumnos de la escuela, siempre alguien me encontraba algo para hacer. Carpintería, Hojalatería, Electricidad, Mecánica, todo me venía bien y colaboré entonces con las tareas propias de una escuela en formación.
Tanto desarmaba autos viejos para el taller, tanto hacía todos los techos del cielo raso, o me jugaba la vida bajo la tutela del profesor Tesari ante un tablero de conexionado eléctrico.
Así pasaron los años y un día me decidí por la electrónica. No se, había en ese taller cosas que me atrapan y me hacían sentir cómodo. Muchas veces había ido allí a buscar a tal o cual profesor y los ojitos se me enloquecían.
Cuando llegamos a cuarto año, el profesor Francisco Rivero (ingeniero para muchos pero sin título) LU5DZT nos dio la bienvenida en el taller de mi sueño.
Todo era hermoso, todo nuevo, todo con lucesitas y ese característico olor a componentes electrónicos de muchos años.
Pronto pusimos las manos a trabajar y fuimos uniendo resistencias, capacitores, diodos, transistores y cuanto material encontráramos en el depósito.
Pero un día, ah... un día pasó algo muy raro.
Unos amigos y yo llegábamos muy temprano por razones de transporte, así que estábamos encomendados a prender las estufas, a preparar el mate y encender los osciloscopios y otros elementos. Pero Dios nos tenía guardada esa mañana una sorpresa increible. Había en medio de la sala tres o cuatro equipos que no sabíamos definir. No nos dábamos cuenta para que se usarían y por que razón Rivero, los había llevado al cole.
Nos miramos atónitos y tratamos con nuestra ignorancia de dilucidar para que cuernos servían. Pero, luego de algunos gruesos epítetos, de risas socarronas y miles de consultas, nos dimos por vencidos.
Poco rato después llegó el profesor y nos encontró a los cuatro adorando los aparatitos. Bueno, tan aparatitos no eran, dado que dos de ellos ocupaban una gran mesa, eran de color oscuro y decían Colins o algo por el estilo. Nuestro magro ingles nos permitió entender que uno era transmisor y el otro receptor (nunca supimos porqué la profesora Ms. Funes no nos daba algo de ingles técnico).
En otra repisa, un aparatito pequeño y parecido a un reproductor de magacines, ostentaba la marca Yaesu. Al lado una cosa negrita y con una antenita también decía lo mismo, pero además FT 203. Tanto nombre para un adminículo del tamaño de una zapatilla flecha. Seguro no era algo bueno.
Rivero nos dijo que esas cosas eran equipos de radio. Él era radioaficionado y los traía para que viésemos como se hablaba. Además, los teníamos que reparar.
Cuando los restantes compañeros llegaron, nos pusimos a desarmar el ¡coso ese!. El profesor dijo algo que temía desde el comienzo. Si Héctor se ceba unos mayes buenos, como siempre, hablamos por radio.
Todos me miraron y con ganas de comerme guiñaron el ojo.
Al rato un espumoso mate amargo en un poronguito, estaba en las manos de Don Rivero. Él entonces, prendió el artilugio y de la nada comenzamos a oir un ruido raro y palabras ininteligibles. Un retoque con varios botoncitos y al rato, todos estábamos con la boca abierta y embobados escuchando.
Tres personas estaban al habla. Un Paraguayo, un chaqueño y uno de muy lejos. EE.UU. Dijo entonces el profesor, es la banda de cuarenta metros, y con ella podemos hablar con el mundo. Escuchó un rato y luego dijo ...permiso de LU5DZT. Al momento entre los colegas que hablaban, se armó un revuelo. Che, mirá quién llegó!!!! ¿Cómo, no trabaja hoy o se hizo la rata? Déjenlo hablar pobrecito que está viejo y aburrido!!!
Nosotros no dábamos crédito a lo que escuchábamos. Todo el mundo parecía conocerle.
Pasados los primeros minutos nos invitó a que cada uno se presentara y hablara. Solo cuatro de los casi veinte que estábamos en la sala, nos animamos. Nos preguntaron los nombres, la edad, que hacíamos, si conocíamos el hobby y que se yo cuantas cosas más.
Pero, como quién no quiere la cosa, sonó el timbre de salida.
Nos prometió entonces el profesor Rivero, otro día volver a charlar.
Ese fue mi primer encuentro con la radio